DECLARACIÓN CÁDIZ 2012 para la Renovación de la Ciudad.
La ciudad histórica de Cádiz tiene sus límites en el mar abierto o Mar del Sur, en la bahía, un excepcional puerto natural, y en las murallas de Puerta Tierra. Un recinto en el que sólo algunos pocos edificios del siglo XX desentonan en esa ciudad trimilenaria en la que desarrollaron sus actividades tartesos, fenicios, romanos, visigodos y árabes. Aunque muchos de los vestigios más antiguos han desaparecido casi en su totalidad para dar paso a los edificios religiosos, civiles y de viviendas particulares de los siglos XVII, XVIII y XIX, es una ciudad histórica en la que el subsuelo contiene en muchos lugares el recuerdo de otras trazas y edificios antiguos, otras formas de vida con otras esperanzas. Sólo nos ha quedado una parte de su pasado más antiguo, como es el caso del imponente acueducto romano de cerca de 50 kilómetros de longitud, que después de captar las aguas del manantial de Tempul pasaba por un impresionante puente sifón en las proximidades de Paterna, atravesaba las marismas y el caño de Sancti Petri por el puente, llamado posteriormente de Suazo, y encañado con atanores de piedra ostionera llegaba por el istmo hasta el depósito de la ciudad romana, del cual quedan algunas trazas y caños. El teatro romano maclado con algunos restos medievales del Barrio del Pópulo. Algunos corrales de la ingeniosa pesca que aprovecha las mareas para capturar peces y otras producciones del mar. Restos de antiguas murallas y Arcos. Un subsuelo horadado por intrincados pasadizos excavados quien sabe cuando. Y en el mar infinidad de pecios duermen una eternidad limitada.
Hay pocas ciudades en el mundo con esta singularidad constructiva o con ese urbanismo en el que predomina una cierta racionalidad basada en su actividad primordial: el comercio ultramarino de los siglos XVII al XIX. Cádiz ha sido en su época de mayor esplendor una ciudad comercial, aunque sus murallas, castillos y baluartes nos indiquen su importancia estratégica y su configuración de plaza fuerte inexpugnable ante los ataques por mar y tierra. Esta configuración de islote unido a tierra firme por una estrecha lengua que separa la bahía del mar abierto es su característica más singular, que la ha mantenido con su singularidad a lo largo de los siglos.
La Bahía de Cádiz ha sido el gran fondeadero natural de una inmensidad de navíos que han practicado el comercio y el transporte marítimo con las Indias Occidentales y Orientales, con los países ribereños del Mediterráneo, con los grandes puertos atlánticos de Europa y con las costas de África. Como no podía ser menos Cádiz fue desde el siglo XVII una ciudad cosmopolita en la que se hablaban varios idiomas en las horas de mayor actividad y en la que se dormía una plácida siesta después del almuerzo. Un viajero anotaba en su diario que en Cádiz a la hora de la siesta “solo se veían por la calle perros y franceses”. Flamencos, genoveses, irlandeses y franceses habían llegado con sus empresas comerciales dispuestos a realizar lucrativas actividades económicas de diversa índole. Los primeros dedicados a la banca y el comercio, los últimos a otros oficios relacionados con la milicia o trabajos serviles, ejercían con los autóctonos una actividad incesante fletando barcos, consignando sus cargas de ida o de arribada, atentos desde sus torres vigía a ese tráfico incesante de riquezas a veces detenido por las cuarentenas provocadas por una fiebre pestilencial declarada en algún navío. Tráfico incesante y a veces frenético para hacer con la máxima urgencia la Carrera de Indias y llegar con antelación a los grandes mercados de La Habana, Veracruz, Portobelo o Cartagena de Indias.
La ciudad histórica es un reflejo de su situación estratégica defensiva, de ser la sede de instituciones de la Armada como la Escuela de Guardiamarinas o el Observatorio Astronómico, creados en el siglo XVIII y de su actividad comercial basada e el transporte marítimo, como el grandioso edificio de la Aduana. Por la ciudad pasaron las inmensas riquezas americanas, que parecieron a algunos inagotables, fueran estas metales preciosos procedentes de las ricas minas americanas de Nueva España, Perú o Nueva Granada, piedras preciosas y perlas, maderas nobles como la caoba que sirvió de lastre a muchas embarcaciones, tintes naturales como el palo de Campeche o la cochinilla, lujosas sedas de oriente transportadas por el Galeón de Manila hasta Acapulco y luego conducidas por tierra hasta el puerto de Veracruz, cueros provenientes del Río de la Plata y lanas preciosas de las vicuñas andinas o específicos de botica como el bálsamo del Tolú, la corteza de quina o la calaguala.
Quedan en el mundo pocas ciudades con la singularidad de Cádiz. En su momento un sinfín de viajeros registrarían en sus diarios y crónicas ese Cádiz cosmopolita y bullicioso, afortunado, optimista, emprendedor y perfectamente adaptado a los cambios que iban a sobrevenirle. En esos relatos aparecen descritas las viviendas típicas con sus pisos bajos y zaguanes destinados a oficinas y almacén de mercaderías valiosas, el patio que cubría el gran aljibe que se nutría de las aguas de lluvia coronado con una montera de vidrio, el piso principal con sus cierros dedicado a vivienda de los familiares de los propietarios, cocinas, comedores y salones, el siguiente piso a dependencias de los servidores y otras dependencias domésticas y las azoteas destinadas a albergar los lavaderos y las canalizaciones para captar el agua de lluvia.
Uno de los acontecimientos históricos más notables de España, pero también de Europa y de América se produciría en Cádiz hace casi 200 años. Fue la reunión de los representantes o diputados de las Provincias, pero también de las Colonias americanas, primero en la Isla de León, después en Cádiz que parecía tener mayor seguridad para la Regencia y el desarrollo de las actividades de Las Cortes y finalmente de nuevo en el primer emplazamiento debido la insidiosa presencia de una epidemia de fiebre amarilla, con el propósito, mientras el resto del reino se encontraba en guerra abierta y cruenta con las tropas napoleónicas invasoras que ocupaban el país y gobernados por un rey francés desconcertado, de redactar una nueva constitución democrática basada en la soberanía del pueblo, el reconocimiento de las libertades de los ciudadanos y la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y legal. No hay muchas ciudades que puedan presumir de un acontecimiento histórico de esta naturaleza. La cuna de las libertades democráticas que extendió su influencia en otros países europeos y americanos, es una ciudad que por variadas circunstancias históricas posteriores se mantiene, en gran medida, sin muchas variaciones. Casi igual a la ciudad que vio nacer una esperanza de convivencia pacífica hoy reconocida en el mundo como la mejor forma posible de articular la vida pacífica de los ciudadanos.
Tres razones muy poderosas e indiscutibles hacen a la Ciudad Histórica de Cádiz acreedoras de ser declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad. Una de ellas es ser la ciudad más antigua de Europa, la otra la de ser cuna de una constitución democrática que impregnó todo el constitucionalismo europeo y americano y la tercera el poseer una traza urbana y unos edificios de notable singularidad en un estado de conservación muy aceptable.
En otro lugar he comentado de manera sucinta el largo proceso para alcanzar esta nominación internacional. Deben intervenir los ciudadanos reclamando esta prerrogativa, las autoridades locales haciéndose eco de esta reclamación justa, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, el Ministerio de Cultura del Gobierno de España y las entidades de la UNESCO responsables de estas solicitudes y de estas adjudicaciones. Por eso no estaría de más, una vez conseguido ya el consenso de todas las instituciones locales, crear una Oficina o Agencia a iniciativa de las autoridades, que se encargue de todas las actuaciones concernientes a conseguir esta denominación, la más alta que se puede conseguir y que tiene indudables ventajas para la ciudad y que a continuación enumeraremos. Es necesario realizar estudios previos arqueológicos, históricos, urbanísticos y artísticos para justificar en un amplio dossier la petición. Elaborar un documento para pedir adhesiones de intelectuales y figuras de relevancia internacional en el ámbito de la jurisprudencia, la ciencia, la cultura y el arte. Muchos intelectuales estarían dispuestos a suscribir este documento y esta petición, pero es necesario ponerse en marcha enseguida para que la decisión sea lo más rápida y unánime posible.
¿Que conseguiría la ciudad de Cádiz con esta declaración? En primer lugar el reconocimiento mundial de su singularidad arquitectónica, tanto de sus murallas, castillos, fuertes y baluartes como de sus edificios civiles y religiosos o de sus viviendas singulares, de sus monumentos, de sus torres vigías, únicas en el mundo, de sus plazas y calles, de sus jardines y alamedas, de sus paseos y en general de su traza urbana específica. En segundo lugar el reconocimiento unánime de ser el lugar del que emanaron en gran parte los principios democráticos europeos y americanos de libertad, igualdad y tolerancia. En tercer lugar la máxima protección internacional posible para sus edificios y trama urbanística. En cuarto lugar la atracción de visitantes de todo el mundo, que ante el reclamo de ser Patrimonio Arquitectónico de la Humanidad, querrán conocerla, admirarla y quererla como propia, como un vestigio del pasado conservado en todo su esplendor.
Nos falta ponernos todos a trabajar, creando esa Agencia para la denominación de la Ciudad Histórica de Cádiz como Patrimonio de la Humanidad, realizando o encargando los estudios previos necesarios, acopiando adhesiones nacionales e internacionales, por ejemplo el de todas las jóvenes republicas americanas. Sensibilizando, alentando y urgiendo a las instituciones responsables del largo proceso que conlleva una declaración de esta naturaleza. Una tarea cuyos frutos dará satisfacción a todos los gaditanos.